Entre versos y huesos
Relatos de un restaurante Sor Juanesco
Lucien García Salinas
Por una milanesa de res
¡Casi siempre hace calor en el Mictlán!
Por eso La Catrina siempre está soplándose los huesos con un abanico, écheles y écheles aire, para aguantar, aunque sea tantito, el tremendo calor que le da ver a su enamorado, El Muñeco, al que su padre Don Gilberto no suelta para nada. Ya sabía Don Gilberto, que era carpintero, lo loca que estaba La Catrina por su hijo, a quien él mismo construyó hace veinte años. No iba a permitir que esa flaca se quedara con su tesoro, no, no, no, él quería a una mujer más digna para su hijo, no a esa huesuda, vulgar y escandalosa que andaba de allá pa’ acá nomás viendo cómo robarle besos al Muñeco.
¡Ah, pero el Muñeco estaba tan enamorado de ella! Buscaba el mínimo descuido de su padre para poder verse con La Catrina, escucharla cantarle y perderse en sus grandes cuencas donde antaño brillaron unos ojos preciosos de mexicana pícara. Pero el muñeco no podía solo, muchas veces necesitaba ayuda para poder ver a su amada, y así, entre que sí y que no, un día le pidió ayuda a su tutora, la poeta Sor Juana.
–Sor Juanita, Sor Juanita, ayúdame por favor. Quiero ver a mi querida y necesito tu discreción. Llévame a estudiar al parque para poder ver a mi amor.
–Sin miedo, Muñeco, yo te he de ayudar, pero si nos cacha tu padre, más vale preparados estar.
Así, se fueron los dos al parque con el permiso de don Gilberto, quien decidió irse a comer, a un restaurante del centro, una deliciosa milanesa de res. Ya allá en el parque, llegaron La Catrina y su amigo el Diablito, quien junto a Sor Juana vigilaría que no llegara Don Gilberto. Los enamorados se comieron a besos y la poeta y el Diablito conversaron sobre poesía y la necedad de algunos muertos.
Mientras tanto, Don Gilberto, se sentó en la mesa del balcón y pidió su milanesa de res. Le gustaba la vista desde donde estaba, se veía el parque, donde estaban los juegos, las fuentes y ¡SU HIJO Y LA CATRINA BESÁNDOSE HASTA EL ALMA! Justo cuando llegó su milanesa, Don Gilberto pegó el brinco, se fue corriendo hasta el parque y correteó a La Catrina dando de gritos.
—¡Maldita huesuda! ¡Ya verás cuando te alcance! ¡Por tu culpa no pude ni a mi milanesa de res soplarle!
–No sea así, suegrito, ¿por una milanesa de res se enoja? Váyase usted tranquilo, libérese de sus congojas.
Don Gilberto se sintió hervir de rabia y siguió correteando a la Catrina hasta que esta llegó al restaurante, se acercó a la mesa del balcón y tomó en sus manos el plato con aquella comida que su suegro tanto quería.
–Ahí nos vemos, suegrito—Gritó, para luego aventarse, y allí en la planta baja, todos la vieron desbaratarse. Pero el plato con la milanesa de res se quedó intacto, se volvió a armar la Catrina y entre risas, a la milanesa, le dio una mordida.
Lucien García Salinas
Una ofrenda para el amor
Se acabaron las salidas al parque, al menos por un tiempo, de aquí a que se le olvidaba a Don Gilberto. Mientras tanto, el Muñeco estudiaba al lado de Sor Juana, quien también acabó bien regañada. Entre versos, métrica y sinalefas, el Muñeco no dejaba de pensar en La Catrina, así que le escribió cartas y Sor Juana, al salir de la casa, se fue corriendo hasta donde vivía aquella flaca.
La Catrina recibió las cartas con profunda emoción, en ellas, el Muñeco le proponía una drástica solución: “Pide mi mano, Catrina, tráele a mi papá una ofrenda, convéncelo de que mi mano te conceda”. Rápidamente, la Catrina le marcó a su amigo Diablo, quien llegó en un santiamén.
–Estás loca, Catrina, Don Gilberto no lo aceptará, apenas te pares en su puerta, la escopeta te va a sacar.
–No me importa, Diablo, me he yo de arriesgar, todo sea por mi Muñeco y por podernos amar en paz.
Y sin decir nada más, la Catrina se arregló, se echó perfume en los huesos y se colocó un precioso y adornado sombrero. Se puso también un vestido de flores, iba preciosa, llena de colores. –Y ahora, la ofrenda—Dijo, brincándose la reja de Doña Estela y yendo a donde tenía sus gallinas. –Pinche, Flaca, no seas pilla—Exclamó el Diablo, pero ella, como siempre, no le hizo caso. Agarró el primer pollo que se le atravesó y con eso se fue contenta hasta la casa de don Gilberto.
Se paró frente a la puerta, pero justo cuando iba a llamar, una bala le rozó el fémur y la hizo gritar. Ahí venía Doña Estela, hecha toda una furia. Se dio cuenta que le faltaba una gallina y rápidamente supo de quién era la culpa.
–Ahorita vas a ver, Catrina ratera, voy a volarte los huesos por robarte mi cena.
Se oyeron más disparos y la Catrina corrió para salvar sus huesitos. Dentro, en su cuarto, el Muñeco escuchó sus gritos.
– ¡No temas, mi corazón, volveré ya luego por ti, con una nueva ofrenda para el amor!
Lucien García Salinas
Un banquete para el reencuentro
Las almas son alegres en el Mictlán, siempre encuentran cualquier excusa para ponerse a festejar. Por eso una tarde, al acabar el verano, don Gilberto decidió hacer una fiesta de vino y canto. Mandó a barrer su patio, a poner mesas con manteles largos, a llenar de agua sus fuentes y le hizo al Muñeco un trajecito nuevo pa’ que se viera decente.
Invitó a toda la cuadra y contrató también a un grupo de banda. Por eso ahí andaban en friega todas las cocineras, preparando platillos para cautivar a las almas. Entre ellas se encontraba Sor Juana, vigilando, preparando y despierta soñando. ¡Cuánta vida se ve en la comida aunque la preparen los muertos! Llena de aromas, sabores y colores, Sor Juana se sentía en el cielo, no había nada más, se calmaban los anhelos. Sería una buena fiesta, de eso no había duda, un solo bocado los haría curar todas sus amarguras.
Sumida en la alegría, Sor Juana nada presentía, cuando entonces por la ventana, guiada por el dulce aroma, se asomó una mujer con aires de patrona.
– ¡Pero qué delicia! Dime por favor, bella monjita, ¿qué es lo que cocinan tú y estas almas benditas?
Apenas Sor Juana la miró, aquella mujer sus ojos como platos abrió. Llegaron los recuerdos de esa otra vida, los secretos ocultos, el disimulo de las caricias.
–Pero si eres tú, Virreina mía.
–Sor Juana, Sor Juana, alma divina, ¿por qué no te había encontrado antes? Debe ser que en la tierra de los muertos nos volvimos distantes. Pero ahora que te encuentro, prometo ya nunca soltarte.
–Ven conmigo, Virreina, prueba un bocado de este cielo, comparte conmigo esta gloria, déjame abrazarte de nuevo.
Así, la Virreina se metió por la ventana y Sor Juana le preparó una comida, sintiendo rebosante su alma. Un pollo y tres quesos, eso le dio de comer, y la Virreina lo sintió como un dulce amanecer.
–Sor Juanita, Sor Juanita, no te alejes nunca más de mi. Que este pollo con tres quesos sea la declaración más honesta de amor, porque la comida estando muerto, como el amor, ¡siempre será mejor!
Lucien García Salinas
El puerco de los deseos
Llegado octubre la Catrina se echó un rebozo en los huesos, pues una brisita de frío podría dejárselos todos tiesos. Desde que doña Estela se la madreó a escopetazos no había podido pensar en un nuevo plan para su amor con el Muñeco formalizar. El Diablito la cuidó todo el tiempo que estuvo en cama, recuperándose de sus huesos rotos y doliéndole hasta el alma. En esos ratos se calmó leyendo las cartas del Muñeco, donde le escribía poemas y le mandaba, pintado con tinta, uno que otro beso.
Pero ya que estuvo repuesta, salió de un brinco de la cama y a hacer lo que fuera por el Muñeco estaba dispuesta. El Diablito le dijo entonces que había oído hablar sobre un puerco que cumplía deseos y solamente le tenías la panza que sobar.
–Ve y pídele que le caigas bien a Don Gilberto, eso no puede fallar, una vez que te lo conceda ¡con el Muñeco te podrás casar!
Y que le corre la flaca, hecha todo un vendaval, se perdió entre los callejones del hermoso y eterno Mictlán. Llegó entonces al rancho de don Poncho, donde tenía un buen de puercos, pero preguntó por el más choncho.
– ¿El que cumple los deseos? Ahorita te lo muestro, se llama Aquiles y lo tengo aquí bien puesto.
La llevó hasta el granero, donde estaba el puerquito a sus anchas, bien modesto. Rápidamente la flaca le dio a don Poncho el dinero: cinco pesos que le había quitado al Diablito y que ahora le servían para cumplir su milagrito.
—Deseo, oh, deseo, que Don Gilberto me quiera para casarme con el…
—CATRINA MIS CINCO PESOS—Gritó el Diablito enfurecido, pues se había querido comprar un dulce y encontró sus bolsillos vacíos.
–Pinche diablo chillón—Masculló la Catrina, soltándose del puerco y echándole al Diablito una mirada asesina. “Pues lo hecho, hecho está” pensó la huesuda y entonces los dos se fueron ya sin ninguna duda.
Cuando llegó a la casa de Don Gilberto, la Catrina andaba bien confiada, de que su suegro ya la querría, y sí, pero no como ella esperaba. Apenas se abrió la puerta el viejo se le lanzó a besos, y la Catrina empezó a gritar que por qué chingados estaba pasando eso.
–Te quiero, Catrina, te quiero, cásate conmigo, cumple todos mis anhelos.
–Sáquese, viejo loco, ¿pos qué mosca le picó? A quien yo quiero es a su hijo, su mano he venido a pedir yo.
–No me digas eso, amor de mi vida. Que yo he despertado de mi siesta sabiendo que te quería, eres mi flaca, mi corazón, mi alegría, no me digas que quieres a mi hijo, mi corazón me romperías.
–Todo esto es tu culpa, Diablo tonto, si no me hubieras interrumpido, Don Gilberto no se hubiera vuelto loco.
Antes de poder defenderse, el Diablito palideció, pues al ver a la flaca distraída, Don Gilberto un beso le plantó. Sin que nadie lo previera, el viejillo se desmayó, pues Sor Juana bien discreta, un trancazo le metió. Así con cucharón en mano, la décima musa soltó un suspiro, y con ayuda de los otros arrastraron a Don Gilberto sin hacer ruido.
–Que no se entere el Muñeco, le va a dar el patatús, de Don Gilberto no se preocupen, pues yo lo arreglaré. Aquí con mis amigas las brujas, su hechizo romperé.
Lucien García Salinas
La res con cicatrices
¡Cómo les gustan los festivales en el Mictlán! Y esta ocasión, no fue la excepción. Entre todos se organizaron para un evento más, donde habría comida, dulces, bebida y toros para montar.
–Este es el chance que necesito, querido Diablo, impresionaré a Don Gilberto si monto un toro y no me caigo. Así verá que soy excelente pretendiente.
–Tú ni sabes montar toros, Catrina, te vas a romper los dientes.
– ¡Cómo te atreves a dudar de mi, Diablo! Conozco mis habilidades, yo sé de lo que hablo.
Y sin decir nada más, el Diablito la acompañó a inscribirse en las montadas de toro, sabiendo que aquello era un grave error. Pero la Catrina se veía confiada, tenía fuerza en los huesos y además era liviana, sentía que con esas dos cosas, la montada tenía ya ganada.
En ese momento alguien más se inscribió, era un ángel preciso, agénero y hermoso, con los cabellos blancos y los varios ojos serenos, la Catrina se preguntó ¿qué hacía un ángel como ese fuera del cielo?
–Oye, aquí es la tierra de los muertos.
–Sí, lo sé, pero me han invocado, un carpintero llamado Gilberto quiere que yo sea de su hijo el ser amado.
Al oír esto tanto la Catrina como el Diablo palidecieron, pero enseguida la flaca se puso, del coraje, colorada. Nadie le iba a quitar a su enamorado, menos un ángel feo de cabellos alborotados.
–Pues fíjate que yo soy su novia—Dijo la Catrina, dándose aires de diosa. –Él y yo nos amamos, así que deberías volver al cielo, pequeño ser alado.
El Ángel frunció el ceño, no le había gustado lo altanera que era la Catrina. Había visto ya al Muñeco, y estaba aferrado a que los dos se casarían.
–Pues que gane el mejor, querida calaquita.
Y en el tiempo que duró el festival antes de la corrida, la Catrina estuvo atenta de Don Gilberto, el Muñeco y su visita. Se veía que el Muñeco estaba bastante enojado, su padre tomó aquella decisión sin haberlo consultado, y él solo pensaba en su Catrina, flaca, loca y bonita. El Ángel, sin embargo, trataba de ser muy coqueto, y aunque al Muñeco sonrojaba, no lograba por conquistarlo por completo.
Llegó el momento del concurso, y sacaron una res enorme, con cicatrices y que de la nariz echaba humo. Se veía aterrador, pero el Ángel, queriendo verse valiente, fue el primero que lo montó. La gente le aplaudía, pero mucho no duró, en una de esas, de boca se cayó. Con la cara enterrada en el lodo, el Ángel acabó, y la Catrina, burlona, en carcajadas estalló. Luego se subió ella al toro, dándose aires de grandeza, el Muñeco la observó lleno de nervios y Don Gilberto con pereza.
–Para mi precioso—gritó. –Que ningún engendro alado venga a robarme de tus ojos hermosos.
Y entonces el toro dio un brinco que la hizo salir volando al infinito. “Estaba demasiado liviana” pensó el Diablo, viendo cómo caía luego la Catrina en el puesto de alegrías. Salieron volando los huesos, pero el cráneo le cayó al Muñeco en las manos.
–Mira nomás, muñequito, cuánto te amo, que cuando pienso en ti, hasta te buscan mis pedazos.
Lucien García Salinas
La salsa de las locas
¡Qué bonito es el Mictlán! Eso pensaba el Ángel, mientras paseaba de acá para allá. Llevaba al Muñeco de la mano y a Sor Juana de cerca, acompañando. Sus varios ojos atrapaban todos los colores y su nariz, apenas visible, todos los olores. Se le hacía agua la boca, había comida por todos lados y quería probarla toda. Fue en un restaurante de diablitos donde sintió en sus alas escalofríos, tenían un sinfín de deliciosos platillos.
–Vamos, vamos, Muñeco querido, comamos algo, yo te lo invito. Igual a ti, Sor Juana, siéntate y pide lo que quieras, modesta y bella dama.
Poco opinaba la poeta de aquel Ángel, no dudaba de su bondad y su belleza, pero sabía que el Muñeco solo sentía tristeza. Él amaba a su Catrina, que, para sorpresa de nadie, en el restaurante andaba metida.
– ¡Pero mira nada más! Si es el amor de mi vida junto a Sor Juana y también viene el colado de las alas. Pasen pasen, están en su casa.
–Catrina, ¿qué haces aquí?—Preguntó el Muñeco, soltando la mano del Ángel y yendo hacia su encuentro.
–La fonda es de la familia de mi amigo el Diablito, aquí vengo a veces a pasar un ratito.
–Y por ratito se refiere a toda la tarde—Exclamó el Diablito, saliendo de la cocina y sonriendo muy amable. – ¿Qué les sirvo, mis estimados?
–Al Ángel sírvele caldo.
–Juegas con mi paciencia, calaca, no entiendo tu violencia.
–Pos me quieres quitar a mi precioso, pinche Ángel mañoso. No sé qué le puedes ofrecer tú que yo no tenga, ni vivir en el Mictlán sabes, con cuentos no me vengas.
–Claro que lo sé, además, no he venido a probarte nada, he venido a comer.
Y acto seguido le pidió al Diablito el más solicitado de sus platillos.
–Sería el puerco en salsa, mi estimado, pero te lo advierto, ese platillo está embrujado. La salsa la hacen unas locas, y quienes lo comen, acaban aventando hasta las botas. A la gente le gusta porque está muy rico, pero no sé si toleres el picor ¿y si te traigo otro platillo?
—No, no. Ese quiero, si viviré en el Mictlán, comerlo yo debo.
Trajo entonces el Diablito el puerco con la salsa de las locas y en cuanto lo tuvo en frente, el Ángel se puso nervioso, pareció que tragaba rocas.
–Oye Sor Juana, si el Ángel se muere, ¿se regresa pal’ cielo?
—No digas eso, Catrina, que no es correcto.
Se quedaron callados, todos al Ángel mirando y en cuanto dio el primero bocado tanto las alas como los cabellos se le pararon. Todos los ojos se le abrieron de par en par y todos creyeron que se iba a poner a gritar…pero una sonrisa se marcó en su hermoso rostro, y apurando el bocado, se lo acabó todo.
–Pinche Diablo no le pusistes la verdadera salsa.
–Cállate Catrina, tú no sabes nada, si le eché hasta más de la cuenta para ver lo que pasaba.
El Ángel se relamió los labios y todos lo miraron, realmente asombrados. El pobre Muñeco se puso a temblar, si el Ángel había aguantado esa salsa ¡claro que podría vivir en el Mictlán!
Lucien García Salinas
Un platillo de consuelo
¡Lo había decidido! Don Gilberto anunció al pueblo que el Ángel se casaría con su hijo. Apenas oyó la noticia, la Catrina se rompió en llanto, y el Diablito la consoló, entonándole con la guitarra algunos cantos. Se organizó una cena de gala, para presentar a los novios, pero el Muñeco, pobrecito, no le dejaban de llorar los ojos.
–Sor Juana, Sor Juana, ¿dime qué debo hacer? El Ángel ha sido muy dulce conmigo, pero yo no lo puedo corresponder. Mi padre ha decidido y tengo miedo de negarme, sé que él no quiere a mi Catrina, ¡la tristeza va a matarme!
–Muñequito lindo, no hay que temer, si hablas con tu padre, yo sé que lo va a entender. Créeme que no es bueno negar al verdadero amor, mucho menos por el miedo, ¡y mira que te lo digo yo!
–Pero el Ángel, Sor Juana, le voy a romper el corazón, ¿cómo puedo, luego de tanto, llegar y decirle que no?
—Va a estar bien, mi querido, por su cuenta podrá sanar, más vale romper un corazón que fingir que tú también le amarás.
El Muñeco se limpió las lágrimas y le dio gracias a su maestra, luego bajó con su padre, quien estaba a la cabecera de la mesa. Los invitados le aplaudieron y el Ángel sonrió al verlo, pero al notar el rostro del Muñeco, tuvo un mal presentimiento.
–Padre, hay algo que debo decir, sé que con esto tú buscas lo mejor para mí. Pero yo no puedo ser así feliz, no es nada en contra del Ángel, pues ha sido noble, tierno y amable. No hay ninguna duda de que sería un buen amante…pero yo estoy ya enamorado, y tú lo sabes, pero ella jamás te ha agradado.
Asomada por la ventana, subida en los hombros del Diablito, la Catrina escuchaba atenta el discurso valiente de su muñequito. “Me ama, en verdad me ama” pensó, sintiendo en los huesos el eco de donde antes tuvo corazón.
– ¿Hablas de la Catrina?—exclamó Don Gilberto. –Esa huesuda es una naca, escandalosa y cretina. ¿Por qué te gusta tanto ella? Te he conseguido una pareja que te dará paz y decencia.
–Pero yo no le quiero, padre, yo no le quiero. Mi Catrina será una irreverente, pero créeme que con ella me siento feliz, porque siempre me comprende. Me hace reír, me lleva a conocer lugares, es lo contrario de mí y eso nos hace perfectos pares. ¡Y voy a casarme con ella, aunque a usted no le parezca!
Don Gilberto se desvaneció en su silla, y una suave mano, tocó al Muñeco con apenas una caricia. En los varios ojos del Ángel se mostraban ya las lágrimas, se levantó y tomó al Muñeco con sus dulces manos cálidas.
–Perdóname, querido, si te he hecho sufrir…pensé que lo tuyo con la Catrina era de juego y hasta ahí, pero ahora comprendo cuánto la amas, como yo te quiero a ti. No es justo que me quede, que te obligue a casarte conmigo, te dejo, Muñeco lindo, espero y podamos ser amigos.
El Muñeco agradeció al Ángel y le pidió perdón por aquel reciente dolor, y luego por la ventana, vio cómo la Catrina se colaba, entrando torpemente. La gente se escandalizó, Don Gilberto desvanecido y la novia se había hecho presente.
–Muñeco mío, amor de mi muerte—Exclamó la flaca, gritando bien fuerte. El Muñeco se le lanzó a los brazos, se besaron con pasión y el Ángel se fue, siendo sigiloso con sus pasos.
El pobre ser alado, salió a la calle y se puso a llorar, no quería que nadie le viera, pero no lo podía evitar. Luego, como no queriendo la cosa, el Diablito se le acercó, le tendió unos cinco pañuelos y el Ángel los aceptó.
–Venga, angelito, no te me pongas así, déjame que te lleve a mi fonda, para que comas y te haga reír. Soy un muy buen cocinero y te puedo preparar, un chile relleno con carne y papas ¡sé que lo vas a disfrutar!
Lucien García Salinas
Un pollo milagroso
Pasadas unas horas, Don Gilberto despertó, lo habían llevado a su cama luego de que se desmayó. Se acercó hasta él Sor Juana y el viejito le contó que había tenido una pesadilla, donde su hermoso hijo se negaba al Ángel y se entregaba a la Catrina.
–Cuál pesadilla, suegrito, si eso deveras pasó—Exclamó la flaca, saliendo de un rincón.
– ¡Ay! ¡Maldita huesuda! ¿Por qué me hacen esto a mí? Yo sé que ya estoy muerto, pero siento que mi corazón deja de latir.
–Padre, por favor no te pongas así—Dijo el Muñeco, sentándose junto al anciano. –Quiero por favor que estés tranquilo, Catrina ha venido a pedir mi mano.
–¿En verdad la amas tanto? Mírala, es una calaca loca, y tú eres todo un santo.
–Pero la amo, padre, la amo. Nadie nunca me había hecho sentir tan vivo, me encantan sus huesos y su espíritu salvaje, no me importa el estatus, yo solo quiero que con pasión y honestidad me amen.
–Le he traído algo, querido Don Gilberto, para que me tome en serio, para que vea que de verdad amo yo al Muñeco.
Y acto seguido la Catrina le mostró, una dulce ensalada de pollo, un pollo que esta vez no se robó. Fue honesta y con su propio dinero lo compró.
–Sor Juana y yo la cocinamos, y espero que con su sabor, logremos un verdadero milagro.
– ¿Es en serio, no hay embrujo? ¿No hay broma ni nada que caiga en un chiste burdo?
–Nada de eso, suegrito, solo mi más honesto respeto. Prometo quererlo y cuidarlo, seré una buena esposa para el Muñeco.
Don Gilberto vaciló al principio, pero luego probó un bocado, la ensalada sabía a gloria, y se la comió sin dejar ni un solo pedazo.
– ¿Pero y qué pasará con el Ángel?
–Ah, ¡se lo ha quedado mi amigo el Diablito!, no se preocupe, Don Gilberto, va a estar bien cuidadito.
–En ese caso, no queda nada pendiente, acepto que te cases con mi hijo, ¡tendremos boda para el mes siguiente!
Lucien García Salinas
Entre versos y huesos
¡Todos estaban de fiesta en el Mictlán!
La casa de don Gilberto era la sede del evento, había largas mesas de manteles blancos, platillos de exquisita comida, fuentes de todo tipo de bebidas. ¡Los pétalos de cempasúchil guiaban el camino al altar! Era la boda del año ¡una fiesta sinigual!
En su cuarto, muy nervioso, el muñeco se arreglaba, se había puesto su trajecito de novio con ayuda de Sor Juana. Estaba repitiendo sus votos y no dejaba de temblar, le chillaba la piel de madera ¡se tenía que calmar!
–Todo saldrá bien, Muñequito querido, es un día muy especial. No te preocupes por estar nervioso, eso es algo normal.
Mientras tanto en otro cuarto, la Catrina se arreglaba también, con ayuda del Diablito y el Ángel, procuraba quedar muy bien.
–Mira que hicimos las pases, angelito del cielo, me estás ayudando a vestirme y eso no me lo creo.
–Nunca he sido de rencores, ni de envidia por amores, además yo ya he encontrado alguien que me quiere igual. Me canta, me mima y me cocina, ¡qué buena vida tendré en el Mictlán!
–Pinche diablo aprovechado—susurró la Catrina, cuando vio a su amigo sonriente por su nuevo ser amado. –Pero me da gusto por ustedes, al final ganamos todos y seremos felices para siempre.
Llegó la hora de la ceremonia y todos se pusieron de pie. La Catrina esperaba en el altar la llegada del Muñeco, quien al aparecer, le hizo temblar todos los huesos. Estaba precioso, con un traje blanco y guirnalda de cempasúchil. Los nervios se lo comían, pero al ver a la Catrina, preciosa, con su vestido y sus rosas, sintió que nada lo podría detener. Llegó hasta el altar y la miró con dulzura, nadie podía negar el amor, la ternura.
—Entre versos y huesos te he venido a amar, Muñequito de mi vida, ¡conmigo nada te faltará!
–Mi Catrina hermosa, cuánto hemos tenido que pasar, para por fin casarnos y podernos amar en paz.
Con la bendición del padre y las lágrimas de emoción de don Gilberto, los dos amantes se unieron, y con un beso apasionado, a todos, ¡su amor presumieron! Cayeron los pétalos sobre la dulce pareja, los aplausos se hicieron sonar, la gente corrió alegre para disfrutar de la fiesta más grande de todo el Mictlán.
¡Pollo en mole para todos! No quedó nada de aquel manjar, entre la música todos bailaron y se emborracharon hasta en el piso acabar.
–Mi dulce Sor Juana, mira que hermoso festival, ¿será que algún día tú y yo podremos así festejar?
–Mi querida Virreina, no me hagas sonrojar, claro que podremos tú y yo algún día nuestro amor así consumar.
Entre versos y huesos todos se pueden amar, ángeles, almas, diablos, muñecos y catrinas ¡todos quieren por igual! Vengan a celebrar, todos juntos al Mictlán, donde la fiesta es eterna y nadie nunca se queda atrás.
Lucien García Salinas